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Revista Capital

Propaganda e información en la época de las redes sociales

Por Redacción Capital

se lee más que nunca en España, pero que se hace de la “forma Twitter”. Posiblemente tenga razón. Apenas se compran periódicos y las ventas de libros han caído disparadas; pero nunca antes se había ojeado (que no leído) tantos diarios, en este caso, de forma digital. La gran diferencia, en mi opinión, es que el usuario medio dedica más tiempo que nunca a informarse, pero lo hace mal. Una parte muy importante de esa lectura se centra en los titulares, casi nunca en los desarrollos de los contenidos; y, a menudo, se da tanta importancia a lo que relata un vecino, basándose en información de un blog personal, como a lo que dice el New York Times. Internet ha diluido el criterio de autoridad que antes los medios se ganaban durante años al ofrecer información real y útil. Hoy mucha información que circula en la red, en algunos digitales sin la citada autoridad, se convierte en viral, y eso hace que sea celebrada y distribuida por miles de usuarios. Muchas veces es información falsa, pero el que sea espectacular o sorprendente, la hace viral. En otras ocasiones es propaganda, información irreal tergiversada con el fin de hacer daño o servir a intereses políticos y económicos. Así, he leído durante los últimos años varias veces sobre la cura definitiva del cáncer, la muerte de Obama o, incluso, curiosas teorías –éstas son mis favoritas– sobre su origen extraterrestre. Un perfil que la sociedad valora y cree a pies juntillas porque lo ha leído, y le da valor simplemente porque ha llegado a él por medio de alguien que conoce. Esta información representa basura y spam, y se habla que puede ser entre un 30 y un 40% de la que se consume en el día a día. De nada servirá que nos esforcemos en educar a la población si ésta luego no es capaz de discernir realidad de ficción, más o menos mal intencionada, en lo que ya se ha convertido el primer canal de información del mundo en detrimento de los informativos y los diarios: la red. La Wikipedia, por poner un ejemplo, está muy bien. Pero, por más que lo intenten hacer, no puede compararse en su rigor a la Enciclopedia Británica. En cierta ocasión, el periodista Pedro J. Ramírez me contó, con cierta sorna, que viendo el contenido que sobre él aparecía en Wikipedia encontró información más o menos acertada sobre su curriculo y trayectoria. Las últimas líneas, eso sí, le dejaron perplejo. Explicaban que estaba divorciado y en una relación abierta con el diseñador americano Ralph Lauren. Delirante y simpática anécdota, sin más, pero que nos muestra dónde se informa un porcentaje de la población sin hacerse preguntas, sin contrastar datos y ofreciendo por defecto un principio de auctoritas que debería ganarse en el día a día. No lo da per se el hecho de nacer, ser y vivir en un mundo digital.]]>

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